Saturday 18 October 2025
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eldiario - 1 days ago

Individualismo o rebeldía

Gritan “menos estadios, más hospitales”, en un país que ha relanzado su economía desde que subió al trono Mohamed VI y a la vez aumentado la desigualdad hasta el punto de que, mientras un 10% controla el 63% de la riqueza, el 50% de la población más desfavorecida solo tiene un 5% La semana pasada, en la imagen de un peri dico, un grupo nutrido de j venes alzan sus brazos en Rabat haciendo la se al de victoria. Muchas son mujeres sin velo, con la cabeza descubierta. Tambi n han salido a las calles de Casablanca y T nger, en la mayor revuelta marroqu desde la Primavera A rabe de 2011. Se han organizado a trav s de las redes sociales y una aplicaci n de videojuegos, y exigen mejoras en la sanidad, la educaci n y el empleo. La represi n policial no ha sido escrupulosa con la violencia. Gritan menos estadios, m s hospitales , en un pa s que ha relanzado su econom a desde que subi al trono Mohamed VI y a la vez aumentado la desigualdad hasta el punto de que, mientras un 10% controla el 63% de la riqueza, el 50% de la poblaci n m s desfavorecida solo tiene un 5%. Dirigen su c lera contra un gobierno corrupto, amparado por el rey, que desoye las protestas por el nepotismo, los conflictos de intereses y las pr cticas fraudulentas que se dan entre los negocios privados y la administraci n p blica. Junto a los familiares que se han unido a ellos, piden escuelas y hospitales de calidad frente a las cl nicas de lujo y universidades de lite que comienzan a verse en Marruecos. A las afueras de Casablanca se est construyendo el mayor campo de f tbol del planeta, para disputarles al Bernab u y el Camp Nou la final del Mundial de 2030. Y han sido ellos, la generaci n Z o posmilenial, quienes han tomado la iniciativa de denunciarlo. Unas p ginas m s adelante, el mismo d a en el mismo peri dico, un reportaje con estad sticas nos informa de c mo ha calado en Espa a el furor antiimpuestos y la tolerancia ante el fraude fiscal entre los hombres j venes. El 39,6% no cree en el sistema. Casi cuatro de cada diez varones entre 18 y 24 a os est n de acuerdo con que si no se pagara ning n impuesto todos vivir amos mejor . El contraste es notorio, pero quiz s convendr a dejar de subrayarse la importancia que tiene este segmento demogr fico en la propagaci n de los discursos antipol ticos y el fulgurante ascenso de la ultraderecha. Ya sabemos lo que dicen las encuestas, su reacci n ante la inmigraci n y el fem el problema est det sin embargo, seguir culpabiliz ndolos desde cierta superioridad intelectual solo contribuye a agrandar su herida. Y tampoco cabe la condescendencia. Entre otras cosas, porque su responsabilidad es relativa. Con el horizonte m s nublado que las generaciones precedentes, con las mayores dificultades de acceso a la vivienda y el mercado laboral en d cadas y el agravamiento dram tico de su salud mental, solo han extremado la receta nihilista que ya estaba incub ndose en el individualismo de sus padres. Vivimos en la sociedad de la desconfianza de la que habla en su ltimo libro Victoria Camps: El problema que hoy tenemos con la libertad es que ha conformado un tipo de sujeto insensible hacia las necesidades ajenas, que va a lo suyo y no se siente concernido ni comprometido con problemas que no le afectan muy directamente . Proliferaci n de cl nicas de cirug a est tica y locales enfocados al embellecimiento de la apariencia, ostentaci n del lujo que no se tiene, preocupaci n primitiva por lo de uno mismo, exhibicionismo narcisista, irritabilidad susceptible y agresiva ante la supuesta intromisi n en lo propio: tratamientos en la l nea de Robert Kennedy Jr. para subir la testosterona, cuya bajada algunos incluso asocian, con involuntario sentido c mico, al efecto producido por la emancipaci n de la mujer en la psicolog a de los varones. Hay un clima generalizado de farsa, de hipocres a, de poca autenticidad. Muchos padres, por ejemplo, muestran una atenci n muy relativa a los hijos, pues mientras se rasgan las vestiduras si son sancionados en el instituto o quedan excluidos de una selecci n deportiva, el resto del tiempo no hablan con ellos, no les dedican tiempo, los abandonan al inframundo de las pantallas: el otro d a en el tren, una madre le dijo a su hijo peque o que mirase la vaquita que pod a verse por la ventana, y el ni o hizo el gesto de ampliar el zoom de la imagen sobre el cristal, como si fuera una superficie t ctil. Pero tambi n guarda relaci n con la incapacidad cada vez m s extendida de aceptar lo que Marina van Zuylen llama una vida suficiente , es decir, que no todos tengamos que ser los mejores en todo. Porque, inmersos en el consumismo y programados por la publicidad y la competitividad, son los padres de los j venes ego stas y radicales de ahora, la generaci n que se hizo adulta en el esp ritu c nico y neoliberal de los a os noventa, quienes confundieron antes la facultad de ser libres con la satisfacci n inmediata de cualquier deseo. A un muchacho le atrae tanto la osad a del influencer que fija su domicilio fiscal en Andorra para evitar pagar impuestos porque antes ha visto la misma picaresca en sus mayores, porque ha o do en ellos c mo se admira al listo que se ahorra o gana algo sin caer en a qui n se perjudica, y, porque de manera m s sensible que sus progenitores, experimenta en carne propia que los buenos datos econ micos no tienen una correlaci n con su vida, con la redistribuci n de la riqueza ni con la progresiva depauperaci n de las clases bajas y medias ante la subida de precios. Ese es el clima donde, como volvi a suceder este verano con los incendios, brotan las variantes del solo el pueblo salva al pueblo . Y a su vez es un enorme fracaso educativo. Y no solo porque en la escuela y los institutos falte una pedagog a fiscal que explique c mo el mantenimiento de los servicios asistenciales depende de la contribuci n de todos y en especial de quienes m s tienen. Es preciso ir m s all . Hay que encontrar la manera de vincular el concepto de libertad personal con los derechos sociales que deber a garantizar un Estado del Bienestar que nuestra generaci n Z percibe como algo ajeno. Es un problema pol tico de primera magnitud que tenemos que afrontar con inventiva y sin derrotismo previo. Una sociedad que no cuida a sus j venes, que no les ofrece un ma ana mejor y los deja sin amparo en medio de la jungla del s lvese quien pueda, est malbaratando su futuro. Aprendamos de la rebeld a de la juventud de Marruecos. Aprendamos de las mujeres andaluzas que el pasado 8 de octubre salieron a decirle basta a otra administraci n auton mica (no todos los titulares los va a dar Ayuso) que, aprovechando el individualismo y la desafecci n social, planifica la sanidad y la ense anza p blicas con criterios de eficiencia propios de la empresa privada, escatimando en la contrataci n de profesionales, consciente de que el Gobierno central pagar el desempleo que as origina.


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