Tuesday 28 October 2025
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eldiario - 3 days ago

Eneas en Maravillas

Nadie da más que los que menos tienen y, a veces, aunque parezca mentira, los que más dan son los que no tienen nada Me han contado que, en una de las calles del norte del barrio de Maravillas, que algunos insistimos en llamar de ese modo sin despreciar Universidad y Malasa a por algo m s que respeto a la novela de Rosa Chacel, hab a a finales del siglo XX un mendigo verdaderamente no por su gran cultura, pues la ciudad siempre ha estado llena de personajes callejeros que dan sopas con honda a eruditos de credencial, sino porque se hac a llamar Eneas y, adem s de llevar siempre la Eneida de Virgilio, la recitaba a la perfecci n y explicaba cualquier problema del mundo con sus p ginas. No s si es me extra a, teniendo en cuenta que este andariego sabe algo de las calles de Madrid y algo m s, por reincidencia, de las que ocupan el antiguo Cuartel de Artiller a de Montele n; pero es cierto que, m s o menos por entonces, un miembro de la deambulante profesi n me habl de un colega suyo que, antes de abandonar el mundo enga oso (Jorge Manrique, por supuesto), le dej la Eneida como legado. Ahora, despu s de escuchar la leyenda del mulo del h roe troyano, me encantar a decir que aquel ejemplar termin en mi mochila. No fue as , aunque falt un tris para que pasara a ella frente el portal simb lico de la zona: la Iglesia de Nuestra Se ora de las Maravillas, dependiente en la actualidad de la comunidad laica de Sant Edigio. El asunto empez por la conversaci n que yo manten a con cierta persona reci n llegada al foro. Recuerdo su sorpresa cuando coment que el destruido cuartel hab a sido mansi n de los nietos de Hern n Cort s (lean los Paseos hist rico anecd ticos de Mesonero Romanos), y la m a cuando me cit un pasaje de El 19 de marzo y el 2 de mayo (Benito P rez Gald s) como si lo acabara de mem recuerdo tambi n que el pasaje era realmente de Misericordia rey Samdai mediante , y que los ojos de mi nuca estuvieron muy atentos al que result ser el heredero de la Eneida, quien nos mir con sospechoso inter s hasta que me gir en gesto de vernos, nos vemos todos . Entonces, el tipo alz el peque o tomo y asinti como si tuviera algo que ver con lo que est bamos hablando. Mendigos, vagabundos, p especies tan distintas en nuestra poca como en los siglos XVI y XVII, sin mucha mayor diferencia que el menor uso actual del lenguaje de german as (vuelvo a recomendar Tesoro de Villanos, de Mar a In s Chamorro). Aquel desconocido no result ser de la picaresca en ninguno de sus sub era simple y tristemente de los que acaban al raso por golpes de la vida, se quedan en ella por indiferencia institucional y resbalan poco a poco hacia los terrenos donde la raz n flaquea. No obstante, la lucidez no lo hab a abandonado a n y, tras acompa arle unos minutos con Gald s y Virgilio tendi ndose puentes, le dimos para un men del d a y l nos regal la Eneida a pesar de nuestras objeciones. Me hab is ca do bien , dijo, argumento definitivo donde los haya. Luego, el regalo pas al bolso de mi acompa por justicia, porque yo ya ten a un ejemplar, y de la misma edici n. Si tuvo suerte, seguir hablando como el m o a quien quiera saber del hombre batido en tierra y mar que arrostr muchos riesgos/ por obra de los dioses, por la sa a rencorosa de la inflexible Juno ; si no la tuvo, acabar a como suelen acabar los libros que pierden hojas con mirarlos. Eneas pobres hay muchos, desde luego. He conocido a bastantes a lo largo de los a os, y de circunstancias muy distintas. Entre los m s educados, Ibrahim, que nunca se aleja mucho de la Plaza del A ngel, como si estuviera buscando el desaparecido Callej n del Beso (vuelvan a Las Calles de Madrid, de Pedro de Repide); entre los mejor parados, Maru, quien ten a clar simo que la calle duerme, agosta y, al final, mata si se est constantemente en ella en calidad de inq entre los m s astutos, una dama a quien llamo Azul por el color de sus ojos y se gana los cuartos en la ciudad subterr nea del Metro. No son dados a decir, como el fraile y poeta Tom s de Celano, citando a Francisco de As s: antes se sube al cielo desde una choza que desde un palacio (Vida primera). Lo suyo no es elecci n, claro y, si desemboca en forma de vida, desemboca obviamente por el a fuerza a pero, siendo indudable porque lo es que nadie da m s que los que menos tienen, mencionar una situaci n que no suele aparecer en los medios, preocupados s lo por la inseguridad callejera en un extremo y las bondadosas patra as del sistema en el otro. Puede que hayan le do Romance de lobos, la segunda de las Comedias b rbaras de Ram n Mar a del Valle-Incl n; en caso negativo, ya les vale. Patriarcas haraposos, mujeres escu lidas, mozos lisiados que hablan en las tinieblas ; un ej rcito de mendigos que sale de entre ruinas de quimera, donde hubiese por carcelero un alado drag n y acompa a a Don Juan Manuel Montenegro durante sus tres jornadas. Pues bien, tambi n hay huestes semejantes en nuestros d as que, lejos de limitarse a poner la mano o andar tocando las narices, acompa an a gentes olvidadas de otro modo ancianos solos, en general e intentan que lleguen a buen puerto en los territorios que vigilan. El Liber vagatorum (1509) tendr casi treinta categor as de habitantes de la calle, pero deja unas cuantas fuera, aunque no tantas como The Fraternity of Vagabonds, de John Awdeley (1561). La verdad tiende a estar m s cerca de esas joyas de la literatura universal que son La Celestina (Francisco de Rojas), La vida del lazarillo de Tormes, el Guzm n de Alfarache (Mateo Alem n), Rinconete y Cortadillo (Cervantes), etc pero hasta en ellas, ajenas del todo a los tonos rosados de los vagabundos de Kerouac, hay altruismo y largueza. Cuesta creer que, estando como estamos en la segunda d cada del siglo XXI y corriendo hacia la tercera, tengan relevancia pol tica las famosas discusiones de Domingo de Sotos y Juan de Robles sobre los abandonados por completo (empiecen por El gran debate sobre los pobres en el siglo XVI, de F lix Santolaria). Algo habr pasado para que las grandes ciudades est n llenas de alfombras y felpudos que son pe y algo est pasando para que la hueste crezca, no creen? Pi nsenlo cuando pasen por el barrio de Chacel y les ciegue el parque tem tico para turistas quiz en sentido l gicamente cr tico o, si saben ver, la belleza pura, desde Giordano en San Antonio de los Alemanes hasta la fachada del Hospicio de San Fernando. Hay m s mundos que por haber, hay hasta romances de lobos. Y no tiene importancia que el Eneas de Maravillas fuera invenci n o prenda de retales diferentes. Lo que importa es que representa una realidad entera, en espera de soluciones.


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