Monday 13 October 2025
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abc - 10 hours ago

¿Qué vamos hacer sin ti, Morante de nuestras vidas?

El 12 de octubre de 2025 pasará a la historia como el día en que se retiró de los ruedos José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla . En torno a las 19:30 horas del Día de la Hispanidad , la plaza de toros de Las Ventas de Madrid ha sido testigo del los primeros segundos del sentimiento de orfandad que está experimentado todo aficionado al noble arte de Cuchares. Una emoción que ha recorrido los cuerpos de todos los estamentos del toreo al ver al genio cigarrero cortarse la coleta entre lágrimas, despidiéndose así del mejor de todos los tiempos -al menos que este joven periodista haya visto-. Algo parecido sentirían los contemporáneos a las retiradas de los que han escrito su nombre con letras de oro en el Cossío. En el 2000, cuando se retiró Curro Romero este que escribe tenía 9 años, y supongo que este pellizco que tengo en mi pecho será parecido a lo que sintieron millones de personas de aquella España. Las preguntas que nos recorren la mente son: ¿y ahora qué? ¿Esto es para siempre? ¿Qué vamos hacer sin él? Se cierra una etapa de la historia del toreo de casi tres décadas como matador de toros, y hay que empezar a vivir los primeros días DM -Después de Morante-. No era normal el año que estaba echando, esa manera de torear, el sitio, el poso, la vida pasaba en que cada lance, y su mente no ha parado de rodar. Lo veíamos venir, sabíamos que estaba cerca, pero no queríamos aceptarlo: «El arte no tiene miedo». Ahora se entienden tantas cosas, pero qué inteligente ha sido siempre, hasta para decir hasta aquí. Morante nació en La Puebla del Río el 2 de octubre de 1979. El cigarrero no es sólo un torero: es un artista que ha hecho de la tauromaquia un acto de resistencia estética. Criado en la ribera del Guadalquivir, entre marismas y arrozales, creció respirando el temple y la cadencia de su pueblo, donde la luz del lubrican de Doñana parece ensayar cada tarde un pase natural. Allí, entre los ecos de una Andalucía eterna, empezó a forjar su particular manera de entender el toreo: una mezcla de clasicismo y desgarro, de inspiración y misterio. Morante se acercó al toro siendo muy niño, con apenas 5 años. Hijo de Rafael y Josefa, pertenecía a una familia que nada tenía que ver con este arte ancestral. No hubo academia ni escuela taurina formal: su formación fue el campo abierto, la conversación de los mayores, la intuición pura, las cualidades imnatas. En 1994 debutó con picadores en Guillena, y tres años después tomó la alternativa en Burgos, de manos de César Rincón como padrino, Fernando Cepeda de testigo y toros de Juan Pedro Domecq. Aquella tarde fue sólo el primer capítulo de una trayectoria marcada por la genialidad y el riesgo, por el arte entendido como una forma de verdad. Desde entonces, Morante ha sido capaz de detener el tiempo en plazas tan distintas como tiene el mundo, siendo siempre Sevilla su bastión inexpugnable. Sus verónicas lentas hasta el estremecimiento, sus naturales eternos que parecen versos, su manera de andar por el ruedo -orgullosa, a veces melancólica-, han hecho de él un referente absoluto del toreo contemporáneo y fuente de inspiración de artistas de cualquier disciplina. No siempre ha sido comprendido: su arte no busca la unanimidad, sino la emoción. Pero cuando conecta, cuando el toro y el hombre se encuentran en ese instante de armonía imposible, el público siente que presencia algo irrepetible. Su carrera no ha sido una línea recta. Las retiradas, los silencios, los regresos… forman parte de su leyenda. En 2023, Morante devolvió a la Maestranza una emoción que parecía olvidada: cortó el rabo a un toro de Garcigrande, algo que no ocurría desde hacía más de medio siglo. Fue una tarde de hondura, de pureza, de sevillanía en estado puro. El toreo, entendido como expresión artística, volvía a ocupar los titulares de todos los medios. Pero Morante también ha mostrado su lado más humano. En los últimos años ha hablado abiertamente de sus problemas de salud mental, de sus episodios de ansiedad y depresión, de la fragilidad que a veces acompaña al genio. «El arte duele», ha llegado a decir. Y quizá en esa confesión resida parte de su grandeza: en mostrar que la sensibilidad que le hace torear como nadie también le expone a la intemperie del alma. Su estética -patillas a lo romántico, puro en el callejón, trajes de luces de inspiración antigua- completa un personaje que parece salido de otra época. Un dandi andaluz que cita a Goya sin pronunciar su nombre, un hombre que vive el toreo como un deber moral hacia la belleza. No hay pose en ello: hay coherencia. Padre de tres hijos y hombre de fe discreta, Morante de la Puebla se ha convertido en un símbolo de autenticidad en tiempos de ruido. Lejos de los discursos fáciles, ha defendido la tauromaquia como una de las artes mayores de España, con la misma pasión con la que ha buscado, cada tarde, la emoción del silencio. Hoy, cuando se habla del futuro del toreo, su nombre sigue en el centro del debate. Morante representa la continuidad de una estirpe: la del artista que se enfrenta al toro -y a sí mismo- en busca de la belleza. Porque, al fin y al cabo, como dijo un viejo aficionado al verle torear en La Maestranza: «Mientras exista Morante, existirá el arte en los ruedos.» No tarde en volver, maestro. Y si es un para siempre -que espero que no- gracias y mil veces gracias por habernos hecho tan felices a su costa.


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