Saturday 1 November 2025
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abc - 5 days ago

Un barranco lleno de dinamita

Este fin de semana he visto en una de las plataformas de streaming la última película de la directora Kathryn Bigelow, Una casa llena de dinamita . Al verla, no he podido evitar recordar la tragedia de la dana ocurrida hace exactamente un año. No se trata de la misma temática. En lugar de lluvias torrenciales, barrancos sucios y trombas de agua, el peligro en la película de Bigelow es un misil que aparece de la nada rumbo a una ciudad indeterminada de Estados Unidos. El enemigo al que se enfrentan los servicios de emergencia es distinto, pero se pueden establecer muchas similitudes entre las situaciones y los posicionamientos de los numerosos personajes, tanto principales como secundarios, que aparecen en la trama. La rutina de un día aparentemente normal, en el que no se espera que ocurra nada, se rompe en mil pedazos. A partir de ahí, la toma de decisiones en medio de una gran incertidumbre permite imaginar lo que sucedió aquel terrible 29 de octubre . Un año después, hay cosas que me indignan mucho más de lo razonable. Este fin de semana han aparecido nuevas versiones sobre las acciones que realizó el presidente de la Generalitat aquel día. Podemos discutir si estaba donde debía, si habría cambiado algo su presencia en el Cecopi esa tarde, pero lo que no podemos aceptar es una nueva historia que contradiga lo dicho anteriormente. En la película de Bigelow, el presidente de Estados Unidos es sacado literalmente de una cancha de baloncesto, donde participaba en un acto con niños, para ponerlo a salvo y permitirle empezar a tomar decisiones. ¿En Valencia nadie de su equipo fue capaz de avisar a Carlos Mazón de lo que estaba pasando? Tras el desastre, ¿nadie le aconsejó pedir disculpas y explicar una sola vez qué hizo realmente ese día? Pues así estamos: en un ambiente en el que Mazón se ha convertido, para la izquierda, en el villano pe y él mismo se lo está poniendo muy, muy fácil. Es cierto que la incomparecencia de los presidentes autonómicos en días de catástrofes no es un caso exclusivo de nuestra comunidad. Salvador Illa, presidente catalán, tuvo que asumir resignado, cómo Sílvia Orriols, presidenta de Aliança Catalana, le recordaba que mientras Tarragona se inundaba él estaba «con la cabra» (imagino que la de la Legión) en Madrid. Al presidente de Castilla y León también lo pillaron fuera de su comunidad y tardó en reaccionar. Más allá de su ausencia y de las versiones contradictorias que dio, sí se puede criticar a Carlos Mazón por el equipo político que designó para gestionar las emergencias en nuestra comunidad. A esto se suma un equipo técnico que no parece haber estado a la altura de las competencias que exigen los puestos que ocupan. Con esos políticos y esos técnicos, ¿qué podía salir bien? Al final, parece que nadie tomó en serio el «habitual» aviso de alerta roja de la Aemet: ni la Generalitat, ni la Delegación del Gobierno, ni la Confederación Hidrográfica, ni muchos ayuntamientos potencialmente afectados. Nos hemos acostumbrado a pensar que llueve, escampa y no pasa nada. Un año después de la tragedia, con la instrucción del juzgado de Catarroja en marcha desde hace meses, todavía no sabemos con certeza quién era responsable de vigilar las posibles crecidas de los barrancos, quién ordenó retirar a los bomberos del cauce o por qué la Confederación no avisó de la súbita crecida del caudal. Y no lo sabemos porque los políticos, de un lado y del otro, no buscan soluciones, sino culpables. En esto hay que reconocer la maestría de la izquierda y la torpeza de la derecha. Es curioso: entre todos los errores cometidos, la izquierda ha sabido centrar el relato en una sola imagen «Mazón tomando gin-tonics en El Ventorro mientras la gente moría ahogada», una escena simbólica que lo ha condenado públicamente. En la película de Bigelow, el presidente de Estados Unidos reflexiona sobre el peligro de las guerras nucleares en un mundo que parece una casa llena de dinamita. En nuestra comunidad, los barrancos sin limpiar y escasamente vigilados son nuestra propia dinamita. No podemos seguir viviendo en un territorio donde la seguridad dependa solo de la suerte y de la clemencia del tiempo, porque, a diferencia del cine, en la vida real la dinamita no es un efecto especial: está bajo nuestros pies, esperando la próxima tormenta.


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