Wednesday 15 October 2025
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abc - 2 days ago

Puro y simple vandalismo

El acto vandálico de dos sedicentes activistas de un grupo llamado Futuro Vegetal contra un cuadro del Museo Naval , en Madrid, no es más que una agresión gratuita contra un bien del patrimonio artístico. No es una causa noble, ni tiene motivaciones justas, ni cuenta con excusas legítimas, más allá de las fabulaciones de progresistas del primer mundo. Lanzar pintura roja contra un cuadro, una obra de arte, es un crimen, y solo eso. Si luego es o no castigado penalmente dependerá de otros factores, pero una percepción ordenada de las cosas solo puede ver en ese vandalismo un gesto injustificable. El objetivo de los agresores, que fueron inmediatamente detenidos, fue el cuadro El primer homenaje a Colón , así que están claras las motivaciones de los dos presuntos delincuentes, que pertenecen a un grupo «de desobediencia civil y acción directa que lucha contra la crisis climática mediante la adopción de un sistema agroalimentario basado en plantas», según dice su página web. Al margen de la confusión de conceptos que revela esa declaración de principios, lo cierto es que, de este grupo, sin representatividad reconocida, no se sabría nada si no cometiera estos actos vandálicos, que predisponen en contra, más que a favor, de sus peregrinas aspiraciones vegetarianas. Elegir el día de la Hispanidad, 12 de octubre, Fiesta Nacional que conmemora el Descubrimiento de América, para echar pintura roja a un cuadro demuestra que el tal grupo tenía fundamentalmente un propósito ideológico y ninguna buena intención. Hay que echarle mucha imaginación para vincular el ataque a un cuadro sobre Cristóbal Colón con una propuesta de cambio del sistema productivo mundial a base de plantas. En realidad, no es más que una manifestación de esa ira difusa que domina en ciertos sectores del activismo, que son tan previsibles como intercambiables, y lo mismo protestan contra el cambio climático y defienden una dieta vegetariana, que reivindican el indigenismo y acusan a España de genocidio de las poblaciones aborígenes. Ni las evidencias científicas, ni los datos históricos les sirven para medir sus comportamientos. La razón está expulsada de sus códigos de conducta, limitados al sectarismo más absurdo, pero también a un puro y simple odio hacia una pluralidad de valores y principios con los que se identifica la mayoría de la sociedad española. Esto es lo que realmente define este activismo vandálico, diverso y multiforme. El domingo fue un cuadro, pero, antes, otros acosaron a científicos «negacionistas»; y mañana, otros reventarán conferencias, porque estos militantes autotitulados «progresistas» son unos puros y simples reaccionarios, intransigentes con las libertades que les molestan, bien conocidos todos ellos en su motivación totalitaria, aunque se revistan de causas tan nobles como el modelo de producción agroalimentario, casi tan antiguo como la humanidad misma. El problema es que estos actos de violencia se ganan el afecto de partidos con responsabilidades de gobierno, los mismos que luego llaman «terrorismo» a unas pintadas en la sede que tienen en un pueblo. Es la ecuación sencilla de la violencia: si es «legítima», no debe de tener límites. Sería conveniente una respuesta, medida, proporcional, pero firme, de la justicia contra los autores de esta agresión. El cuadro se ha salvado de un daño irreversible, aunque queda pendiente por analizar el deterioro a largo plazo. La historia enseña lecciones muy pertinentes. Se empieza así y se acaban tirando ciclistas al suelo o, por qué no, quemando libros en la calle a la luz de las antorchas.


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