Saturday 1 November 2025
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abc - 14 hours ago

El ex Príncipe Andrés, un futuro gris, sin asignación estatal y tutelado por el Rey

A los 65 años, Andrés Mountbatten-Windsor , el hombre que durante décadas fue conocido como el duque de York, se enfrenta al desenlace más amargo de su vida. Tras años de escándalos y aislamiento público, el Rey Carlos III ha consumado su caída. Le ha retirado todos los títulos, honores y hasta el uso del título de «príncipe», y le ha exigido abandonar Royal Lodge, la mansión de treinta habitaciones en Windsor donde residía desde hace más de dos décadas junto a su exesposa, Sarah Ferguson. Con esta decisión, respaldada por el Gobierno británico y por el resto de la Familia Real, el hermano del monarca queda definitivamente apartado de la vida pública y condenado a una existencia privada sin función, sin casa y sin poder. En palabras de la prensa británica, «se entiende que el alojamiento de Andrés será financiado de forma privada por el Rey . Carlos también hará una provisión privada apropiada para su hermano». Esto significa que no serán ni el Tesoro ni el Crown Estate quienes sostengan su manutención, sino los fondos personales del monarca, procedentes probablemente del Ducado de Lancaster. En la práctica, la Corona no paga, pero el Rey sí, una forma de apoyo familiar diseñada para evitar el uso de dinero público , que revela el carácter tutelado que tendrá de ahora en adelante la vida del antiguo duque de York. La caída de Andrés es también una reorganización logística y simbólica. Ha renunciado «voluntariamente» a su contrato de arrendamiento de setenta y cinco años sobre Royal Lodge, que en teoría le permitía permanecer allí hasta el 2078 . El Comité de Cuentas Públicas del Parlamento británico llegó a pedir explicaciones sobre ese acuerdo, y su destino será una vivienda privada en la finca de Sandringham, en Norfolk, propiedad personal del monarca. Pero la mudanza, según The Telegraph , podría tardar algunos meses, para evitar un encuentro incómodo durante la tradicional reunión familiar de Navidad en la misma finca. Pero Sandringham no será un retiro idílico. La escritora y biógrafa real Anna Pasternak declaró que la nueva vida de Andrés allí será «gris y solitaria» . «Estar confinado en una finca de ocho mil hectáreas en Norfolk va a ser una existencia muy dura para él», dijo. Desde que se retiró de la vida pública en 2019, Andrés no recibe ninguna asignación estatal. Se sostiene con herencias y dinero de relaciones empresariales que cultivó durante su etapa como representante comercial del Reino Unido, especialmente con China y los países del Golfo. El periodista Joe Little, editor de la revista Majesty, describió la situación como «la humillación definitiva ». «En el plano personal debe de ser devastador», sobre todo porque «sabemos que es un personaje bastante arrogante». «Sería muy extraño que esto no le afectara profundamente», dijo, aunque matizó que su futuro «no es completamente negro», ya que aunque no vivirá en Windsor, seguirá en una finca privada , con alojamiento y apoyo familiar. Es, dijo, un castigo dentro de los límites de la decencia real. Sin embargo, sigue siendo octavo en la línea de sucesión al trono y conserva la condición de consejero de Estado, aunque se trata de un cargo inactivo. El Gobierno británico ha rechazado las peticiones de varios diputados, incluidos algunos ministros laboristas, para cambiar la ley y eliminarlo de la línea sucesoria . «El Gobierno apoya plenamente la decisión del Palacio y no tiene previsto dedicar tiempo parlamentario a este asunto», declaró un portavoz de Downing Street. La reacción social a su nueva residencia tampoco ha sido favorable. Vecinos de Sandringham entrevistados expresaron su descontento y el secretario de Estado de Comercio, Chris Bryant, aseguró que el ahora convertido «en un ciudadano ordinario» debería responder si se le solicita declarar en Estados Unidos en relación con el caso Epstein. «Como cualquier otra persona decente, debería cumplir con esa petición», añadió. El historiador Andrew Lownie resumió la posición de la Casa Real con una frase precisa: «El Palacio ha querido cerrar una herida que sangra desde hace demasiado tiempo», y el aislamiento personal y emocional de Andrés parece total. Su exmujer busca rehacer su vida, y sus hijas han consolidado sus carreras y familias lejos del aparato monárquico. Quizá creyó que el escándalo era una tormenta pasajera, pero su amistad con Jeffrey Epstein , el financiero estadounidense condenado por delitos sexuales contra menores, se ha cobrado la última pieza de una vida que confundió el privilegio con la impunidad. El refranero popular lo resumiría con precisión: dime con quién andas y te diré quién eres. Durante décadas, Andrés caminó entre la aristocracia y la élite empresarial con la naturalidad de quien se sabe invulnerable. Era el llamado «Randy Andy» de los tabloides, un juego de palabras entre su nombre y «randy», una palabra inglesa coloquial que significa lujurioso o muy dado al flirteo y al sexo , el hijo carismático y engreído de una reina impecable, el piloto de helicópteros de las Malvinas que coleccionaba amistades poderosas, y peligrosas, y fiestas con aire de leyenda. Su nombre evocaba uniformes, yates, recepciones, y también prostitutas jóvenes . El jueves por la noche, el Palacio de Buckingham anunció que «Su Majestad ha iniciado hoy un proceso formal para retirar los títulos y los honores del Príncipe Andrés». La nota oficial, de un tono inusualmente áspero, concluye con una referencia explícita a las «víctimas y supervivientes de cualquier forma de abuso», el golpe final en la mesa de Carlos III, cansado ya de las polémicas que empañan su reinado. «El lenguaje fue brutal», señaló la historiadora Kelly Swaby. «El Palacio sabe que la gente ya no tolera matices. Quiere ver consecuencias». La decisión, aprobada con el consenso del Gobierno, se entiende como una purga largamente pospuesta. Según la periodista Jennie Bond, quien fuera corresponsal de la BBC en asuntos reales, el impulso vino del heredero: « Guillermo habría animado al Rey a trazar una línea definitiva». El origen de esta caída, escrita en capítulos sucesivos desde hace años, se remonta al vínculo que comenzó a finales de los noventa y se transformó cuando el financiero, que incluso fue invitado a Royal Lodge al cumpleaños de la princesa Beatriz , fue condenado. En lugar de cortar la relación, Andrés siguió viéndolo cuando ya era un delincuente convicto, y las acusaciones de Virginia Giuffre, una de las víctimas de Epstein que se quitó la vida hace unos meses y cuyas memorias póstumas acaban de ver la luz, terminaron por hundirlo. Ella lo señaló directamente como uno de los hombres con los que fue obligada a mantener relaciones sexuales cuando tenía diecisiete años. En 2022, Andrés llegó a un acuerdo extrajudicial para cerrar el caso sin admitir culpabilidad, pero el daño ya era irreversible. Desde entonces, la vida del exduque se convirtió en un lento despojamiento. Perdió los cargos militares, los patronazgos honoríficos y el trato de Su Alteza Real. Su exesposa, Sarah Ferguson, con quien aún comparte la vida cotidiana, fue apartada de las organizaciones benéficas con las que colaboraba y ya no ostenta el título de duquesa de York que había mantenido tras el divorcio. Los dos han resistido juntos en Royal Lodge. Hasta ahora. «Querían adelantarse a la historia, no reaccionar a ella», explicó el historiador Andrew Lownie. En su opinión, la Casa Real ha actuado para evitar que posibles futuras revelaciones en Estados Unidos sobre Epstein, o incluso sobre las relaciones de Andrés con supuestos espías chinos , pongan al Palacio una vez más en una posición de vulnerabilidad. Y es que la historia parece interminable . Hace solo unos días, nuevos correos electrónicos revelaron que siguió en contacto con Epstein meses después de haber asegurado que la amistad había terminado. El hombre que fue segundo en popularidad tras Diana de Gales se enfrenta al destierro. Quienes lo conocieron en los años ochenta recuerdan a un príncipe vanidoso, encantador y seguro de sí mismo al que le iba la marcha, que trataba el protocolo con desdén y a la prensa con desprecio. Era el tiempo en que el apellido Windsor aún parecía sinónimo de inmunidad. Pero ni la fortuna, ni el linaje, ni los honores, ni siquiera su madre, bastaron para protegerlo de sus propios errores de juicio, en palabras de Palacio, ni de las sombras de los amigos mal elegidos. Al final, el refrán también podría reescribirse: dime con quién andas, y te diré quién dejarás de ser.


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