Saturday 1 November 2025
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abc - 2 days ago

Una nebulosa de recuerdos de Eduardo Halfon y Galder Reguera

Caía el sol y la feria olía a tierra mojada. La lona de los puestos aún goteaba del temporal que había obligado a cancelar la jornada anterior. Era, oficialmente, el primer día del Festival Hispalit, aunque en el aire aún quedaban rastros de la tormenta: un viento húmedo, un aire frío y la sensación de estar comenzando una época más otoñal. Entre los árboles empapados de los Jardines de Murillo, el público se arremolinaba en el espacio Felise. Allí, Eduardo Halfon y Galder Reguera conversaban —más que de literatura— de memoria, de vida, de esas imágenes que se instalan en el recuerdo sin pedir permiso . Marta Maldonado moderaba el encuentro, procurando dar forma a lo que, más que una charla, parecía un diálogo en espiral. Halfon, con la calma del que sabe que el tiempo escribe por él, habló de Tarántula , su último libro, traducido ya a más de quince idiomas. Una historia que, según él, nació de una imagen: un campamento en Guatemala, una foto borrosa que lo devolvía a un recuerdo de infancia. «No sé qué historia hay detrás», confesó. «Solo sigo la imagen, como un salto de fe. No sé lo que escribo mientras escribo». Decía que la memoria es una trampa, que nadie debería fiarse de ella. Cuando intentó reconstruir aquel campamento llamó a sus antiguos compañeros: cada uno recordaba cosas distintas. «La memoria colectiva falla», concluyó. Y sonrió, como quien acepta que el error también forma parte del relato. A su lado, Galder Reguera asentía con humor. Dijo que Sevilla era la ciudad donde más había llorado, pero de alegría: «Hasta que el Athletic ganó la Copa del Rey, aquí siempre me pasaban cosas malas». Su literatura también parte del recuerdo , pero en su caso, los recuerdos se mezclan con la afición por el fútbol, como si la frontera entre ambos no existiera. «No hay manera de diferenciar lo inventado de lo real», aseguró. Su último libro, Por qué el fútbol , traza un recorrido vital a través del balón, de los estadios, de esa religión laica que para muchos organiza el calendario emocional de un país. «El estadio es un paréntesis de la vida —dijo—, aunque tu forma de ser dentro de él dice mucho de quién eres fuera». Marta Maldonado retomó el hilo: «Quizá somos lo que recordamos. O lo que creemos recordar». Halfon se rio: «O lo que inventamos para llenar los huecos». Y entonces habló de su abuelo, de cómo una conversación de cinco horas —una sola tarde, una sola cápsula— se convirtió en el germen de un libro. Dijo que en su escritura siempre se cuela su familia, las mujeres que guían al narrador, las raíces que intenta descifrar aunque siempre lo mantengan lejos. «He pasado la vida huyendo de casa —dijo—. Tal vez por eso cualquier ciudad puede ser mi casa. O ninguna.» Reguera, en cambio, nunca se ha ido del País Vasco, aunque reconoce que ha divagado de pueblo en pueblo, de colegio en colegio. «Mis hijos sí tienen un lugar —contó—, ellos prefieren el campo. Quizá porque yo no lo tuve». Hubo un silencio breve, casi cómplice, antes de que Halfon añadiera, en voz baja, que Un hijo cualquiera fue el único libro que lo serenó . «No quería ser padre», confesó, «pero solo escribiéndolo entendí lo que eso significaba». El acto terminó sin conclusiones, como una conversación que sigue viva incluso cuando el micrófono se apaga. Los tres se levantaron entre aplausos discretos, con el cielo aún gris y un olor persistente a tierra húmeda. En el aire quedaba esa sensación de haber asistido a algo que no se cierra, una nebulosa de anécdotas y recuerdos que se tocan sin orden, como fragmentos de una memoria compartida. Una memoria que, como la lluvia, vuelve una y otra vez, sin que sepamos exactamente de dónde viene.


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