Sunday 19 October 2025
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abc - 5 hours ago

El tesoro de los pobres

Tenemos ya la primera exhortación apostólica de León XIV sobre el amor hacia los pobres con el nombre de Dilexi te ( Te he amado ). En ella recibimos al mismo tiempo un precioso testamento de Bergoglio y una orientación fundamental del pontificado de Prevost: «El amor a los que son pobres –en cualquier modo en que se manifieste dicha pobreza– es la garantía evangélica de una Iglesia fiel al corazón de Dios» (103). Abundando en citas del Papa argentino, el texto trasluce la mente y el corazón de un pastor norteamericano curtido en tierras peruanas y con conciencia global. Como misionero en Piura, Chulucanas, Trujillo y Chiclayo, fue comprendiendo por qué debe hablarse teológicamente de una opción preferencial de Dios por los pobres, y por qué esa expresión evangélica nacida en el contexto del continente latinoamericano conduce a lo esencial de la fe y ha sido integrada en el magisterio de toda la Iglesia. San Juan Pablo II escribió que el amor preferencial por los pobres es una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana. Benedicto XVI dijo en el santuario de Aparecida (Brasil): la opción por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Francisco la puso en primer plano, y ahora León la refrenda. Tanto la Sagrada Escritura como la tradición de la Iglesia rezuman copiosamente ese amor de Dios por los pobres, convirtiéndolo en firme llamada a actuar de ese modo (buen samaritano). Esa preferencia nunca comporta exclusivismo o discriminación hacia otros grupos, que en Dios serían impo subraya la acción de Dios que se compadece de la pobreza y la debilidad y quiere que su Iglesia apueste radicalmente por la justicia, la fraternidad y la solidaridad, siendo particularmente sensible hacia quienes están discriminados y oprimidos, pues «el Evangelio sólo se anuncia bien cuando llega a tocar la carne de los últimos» (48). Con sutileza, el Papa agustino cita la Instrucción de Doctrina de la Fe de 1984 que puntualiza aspectos de la teología de la liberación, para afirmar que la pureza de la fe debe ir unida a un testimonio eficaz de servicio al prójimo, particularmente al pobre y al oprimido (98). Ve el pensamiento agustiniano como luz segura en la materia de la opción evangélica por los pobres, y recuerda a católicos como el vicepresidente Vance (sin mencionarlo), deseosos de citar al obispo de Hipona para defender su propia ideología política, que hoy la fidelidad a las enseñanzas de Agustín exige no sólo estudio de sus obras, sino la disposición a vivir con radicalidad su llamada a la conversión, que incluye necesariamente el servicio de la caridad, reconociendo en los pobres el rostro de Cristo y en los bienes un instrumento de la caridad unida a la justicia. Optar por los pobres ciertamente no se compadece con declararlos enemigos públicos, lanzando redadas contra ni con convertirlos en clientes manejables. En lo social, la opción reclama cauces de inclusión y participación social, a fin de que cada persona pueda ser artífice de su destino y las comunidades marginadas pasen a ser sujetos capaces de labrar su futuro, más que objetos de beneficencia. En lo eclesial, optar por los que la sociedad descarta y desecha es un signo que nunca debe faltar e introduce en la corriente viva de la Iglesia que brota del Evangelio y fecunda todo momento histórico, como la exhortación muestra con tantos y tan venerables ejemplos de testimonio cristiano a lo largo de la historia. Por propia experiencia, León XIV sabe que la realidad se ve mejor desde los márgenes y que los pobres son sujetos de una inteligencia específica, indispensable para la Iglesia y la humanidad. Ahí está la llamada a ubicarse en el pueblo fiel , el pueblo peregrino y evangelizador que hunde sus raíces en la Trinidad y trasciende toda necesaria expresión institucional, participando de sus valores de solidaridad, sacrificio y entrega. Cuando se opta por lo que (aparentemente) es marginal, se percibe el mundo desde las periferias existenciales , desde donde no se ve la misma perspectiva que desde el centro . Escuchar el grito de los pobres se vuelve responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios, para denunciar abusos y buscar soluciones justas, aun a costo de parecer estúpidos (98). Dilexi te dedica una sección a las estructuras de pecado que causan pobreza y desigualdades extremas. Es como si el Papa estuviera relatando lo que ha visto con sus propios ojos: las nuevas pobrezas que nacen en un mundo donde aumenta la riqueza y también la inequidad, raíz de los males so donde campan a sus anchas las injusticias estructurales que deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través de un cambio de mentalidad, pero también con la ayuda de las ciencias y la técnica, mediante el desarrollo de políticas eficaces en la transformación de la sociedad. En tal sentido, recuerda que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación individual e íntima con el Señor, sino la construcción del Reino de Dios, ya está entre nosotros, pero todavía no en plenitud. Reconoce Robert Prevost que muchos cristianos no entienden el mensaje de sabiduría que contiene la experiencia de los pobres, ni que ellos sean «los tesoros de la Iglesia» (san Lorenzo, diácono de Roma). Acaso proviene esa incomprensión de ignorarlos o vivir como si no existieran («alienación social»), o de presupuestos ideológicos o posicionamientos políticos y económicos que llevan a injustas generalizaciones e ideas engañosas sobre la pobreza y quienes la padecen: «no quieren trabajar», «no quieren salir de la pobreza», «cada cual cosecha lo que siembra»... Asume el sucesor de Pedro que esa opción resulta en ocasiones despreciada o ridiculizada, «como si se tratase de la fijación de algunos y no del núcleo incandescente de la misión eclesial» (15). Y señala cómo el amor preferencial a los más vulnerables entra en contradicción con una pastoral de élites que prefiere no perder el tiempo con los pobres para dedicarse a los ricos y poderosos, porque en ellos se ven los frutos de la meritocracia y la prosperidad, signos del favor divino. Pide no dejarse embaucar mundanamente y volver al Evangelio. Si al comienzo de su misión pública, Jesús –pobre y humilde– se siente ungido y enviado por el Espíritu a anunciar la buena nueva a los pobres (Lc 4, 18); al final de su vida proclama bienaventurados en el Reino de Dios a aquellos que den de comer al hambriento, acojan al extranjero o visiten al enfermo y al preso…, porque a Él mismo se lo hacen (Mt 25, 31-46). Una interpelación final: «¿Los débiles no tienen nuestra misma dignidad? ¿Los que nacieron con menos posibilidades valen menos como seres humanos, y sólo deben limitarse a sobrevivir? De nuestra respuesta a estos interrogantes depende el valor de nuestras sociedades y también nuestro futuro. O reconquistamos nuestra dignidad moral y espiritual, o caemos como en un pozo de suciedad» (95).


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